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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el desánimo

Posiblemente el caldo de cultivo natural del que se alimenta la inteligencia humana está compuesto de desánimo. Hay tanto por conocer, son tantas las dificultades para hacer algo, resultan de tal variedad los enemigos para cualquier propósito, que lo normal sería desanimarse.

Cuando vemos a alguien que se empeña, a pesar de haber sido vencido una y otra vez por las circunstancias, en llevar a cabo cualquier propósito, y una vez que nos convencemos de que no tanto esfuerzo no proviene de su imbecilidad, decimos que es un animoso.

Los que acumulan más experiencia vital tienden a pensar, como demostración del conocimiento adquirido, que la actitud de ser animoso no es sino una de las maneras que tienen los seres humanos para aprovecharse de los demás.

Pero sería injusto, ya que no hay que mezclar dos tipos de animosos. Está el animoso que actúa pensando en su beneficio, que es quien presenta al grupo un panorama idílico, o le convence de que tiene las claves para superar las dificultades y que, cuando se estrellan, ha saltado a tiempo con el santo y la peana. Esos animosos actúan como los expertos en Bolsa, que se callan cuando el mercado está en horas bajas y no paran de exhortar al juego cuando la montaña rusa de los números sube.

Los otros animosos sí que merecen especial atención, y habría que hacerles una vivisección para detectar de qué están compuestos. Son aquellos cuyo móvil es el avance de todos, y están dispuestos a sacrificar su tiempo, su capacidad, y hasta su dinero, para que todos mejoren.  Desgraciadamente, suelen durar poco, porque se van con el primer hundimiento del barco en el que se habían enrolado.

Con este comentario queremos honrar su memoria, la de esos desconocidos que no han pasado a ningún libro de Historia, pero que entregaron cuanto sabían para buscar algo de luz entre las tinieblas, y que no pudieron sobrevivir a los disparos bajo la línea de flotación que les propinaron los animosos de manual.

Animosos de primera generación, de ésos que no toleran que se les lleve la contraria ni se les advierta de ningún peligro, porque se han hecho el propósito de no dejar que les tiemble la mano, puesto que en realidad, lo único que desean es superar el período de su singladura, y ceder la patata más caliente a los siguientes, retirándose ellos a sus cuarteles de verano, a disfrutar del rendimiento de la ilusión que se han esforzado a crear con la credulidad de los demás.

Y si salen mal dadas, a saltar del barco los primeros. Como en el cuento de los huevos con chorizo, el cerdo se involucra; la gallina solo se compromete.

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