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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el cumplimiento de las reglas de juego y su penalización

Imaginemos un juego en el que las reglas pudieran ser determinadas por uno o varios de los jugadores, y modificadas por ellos a su pura conveniencia. Sin embargo, esa calidad especial de trampear las normas no sería conocida por los demás, sino únicamente por el grupo dominante. Eso sí, habrían convenido no utilizar el privilegio salvo en un caso especial: cuando estuvieran perdiendo decididamente; en esa circunstancia, todo vale.

En ese juego hipotético, el objetivo expresado, convenido por todos, firmado como algo irrenunciable, será que todos ganen. En teoría, se trata de un win-win perfecto, y es cierto que todos pueden ganar, y mucho, porque, aportando su trabajo a la riqueza que ya hay sobre la mesa, -que ha sido puesto en ella por alguien ajeno al juego, al principio del mismo-, no tienen más que japlicarse al objetivo y repartirse los beneficios de vez en cuando.

Las reglas concretas del juego -las divulgadas para conocimiento de todos los participantes- son bastante flexibles, y pueden concretarse en los diferentes subgrupos de jugadores, con tal de que mantengan la idea de que cada subgrupo ha de generar beneficios. No hay nada escrito en cuanto a la fórmula para el reparto: puede conceder ventajas a los que se hayan incorporado primero, acierten más números escritos en un papel o tengan más resistencia física.

Los subgrupos pueden cambiar entre sí las fichas producidas como resultado del trabajo y la actividad de cada uno. Pueden incluso, robárselas unos a otros, con tal de que no sean descubiertos. Una regla muy interesante es la posibilidad de conseguir del grupo de control, que actúa como Banca, que se aporten nuevas fichas al tapete, si se inventan estrategias de futuro convincentes, que animen a otros jugadores  de que el éxito acompañará las acciones y proyectos, por arriesgados que parezcan a los más serenos.

Hay un peligro grave para los jugadores que no estén en ese núcleo duro del juego, pero hasta que llegue, todos pueden divertirse bastante. Porque cuando quedan pocas cosas por repartirse encima de la mesa, o, simplemente, las necesidades del grupo dominante sean superiores a los recursos que hayan conseguido atesorar, aquellos que controlan el juego podrán decidir el valor de lo que queda en el tablero, e incluso enunciar el principio de que las fichas que posea cada jugador tendrán a partir de ese momento la mitad del valor -incluso ninguno- del que tenían hasta ahora.

También pueden perdonar a algunos jugadores sus compromisos, penalizar a otros, y, en todo caso, elegir libremente lo que más convenga  a sus intereses. Porque cuando las cosas se ponen complicadas, el win-win general se polariza hacia los pocos que estaban en las claves.

Es un juego muy complicado, pero resulta divertido para los que imponen las reglas. Se puede llamar mercado, pero pueden encontrarse otros nombres igual de sugerentes.

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