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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el carácter humano de los jueces del Tribunal Constitucional

Una conversación particular entre la presidenta del Tribunal Constitucional español, la magistrada Maria Emilia Casas y una abogada que se encuentra actualmente en prisión condicional, -acusada de haber ordenado el asesinato de su ex-marido-, ha desatado una polémica política de alcance, pues se pide su dimisión desde la representación del Partido Popular.

La controversia no tiene alcance jurídico -al menos, en cuanto al juicio de reproche sobre la Dra. Casas (es catedrática de Derecho del Trabajo-, ya que la petición de investigación de la posible infracción penal que había elevado al Tribunal Supremo la juez que se encargaba del caso de la abogada presuntamente movilizadora de los sicarios, ha sido rechazada por falta de contenido justiciable.

Se pretendía que se analizara si la Presidenta del TC, al asesorar informalmente a la abogada había faltado al deber de neutralidad que corresponde a un miembro de tan alta instancia. ("Delito de negociaciones y actividades prohibidas a funcionarios públicos y abusos en el ejercicio de sus funciones", art. 441 del CP español de 1995, por asesoramiento accidental en asunto en que deba intervenir por razón de su cargo)

La responsabilidad penal ha quedado a salvo, pero, políticamente, la cantidad de porquería mediática que se ha vertido sobre la Presidenta no puede limpiarse tan fácilmente. Las hienas que acompañan a las cosas de gobierno de Estado se han acostumbrado a hociquear en cada esquina, a la búsqueda de materia en la que hincar sus dientes.

La trasparencia está bien, es imprescindible, como término necesario y exigible en democracia. Todos los poderes deben estar sometidos al análisis de su actuación, como garantía de que sus extralimitaciones eventuales no quedarán impunes.

Pero no nos engañemos. No es el pueblo quien busca la claridad, son los intereses partidarios, sesgados y mercantilistas, los que pretenden darnos luz cuando lo que arriman es el celemín a sus sardinas, confundiéndonos.

Claro que los jueces son humanos, y por tanto, además de su riesgo de errar, (errare humanum est), tienen sensibilidades y afectos. Pretender que la magistrada Casas no actuara como ser humano, detectando la trampa en la que seguramente le quería hacer caer la abogada de marras y sus asesores, mandando a la porra lo que parecía una consulta inocente de una persona lejanamente conocida, es mucho pedir.

Los jueces, incluso los del TC, son seres humanos, con sus sensibilidades, sesgos ideológicos, mueren. Recordamos ahora la presencia destacada, de la Presidenta Casas en el funeral por un compañero de profesión, lejano posiblemente en el sesgo político, pero igualmente prestigioso y no menos serio en lo jurídico: Roberto García-Calvo. Los jueces también, viven, aciertan, se equivocan, sienten y mueren.

Pretender que actúen como máquinas sin sentimientos, juzgarlos por los afectos, aunque rocen la equivocación, es convertirnos en pemanentes jueces de una imposible democracia. Dejemos que los que más saben de un tema trabajen en paz. Y aunque no sean exactamente los mejores, si los hemos designado para que lo sean, confiemos en al seguridad que da el gorro de mando. Respetémoslos.

Vigilémoslos, sí, pero sin atosigarlos. Son como nosotros; más listos, más estudiosos, pero humanos.

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