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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la política de defensa

El mundo tiene planteadas varias guerras, y aunque la posición de España es oficialmente antibélica, estamos participando, directa o indirectamente, en casi todas ellas. Las que han provocado más comentarios mediáticos, son las de Irak y Afganistán, a las que hemos enviado tropas, atendiendo a dos tipos de decisiones muy distintas y como pertenecientes a dos grupos de poder económico-político claramente diferentes.

Hemos ido a Irak porque a nuestros dirigentes entonces, les pareció rentable apostar por el apoyo al gobierno de Estados Unidos (al dictado, a su vez, del capital más influyente), en detrimento de formar una posición conjunta europea. Hemos salido de ese error histórico con heridas en las manos y una amenaza persistente de la fanática AlQueda sobre nuestro país, no satisfecha con haber causado ya un Once Eme. 

Esta es la primera guerra en la que estamos los españoles, y en la que los amenazados somos todos. Poco ha servido para disminuir el peligro de un nuevo ataque el deseo expresado de que ahora creemos en la alianza de civilizaciones, porque los terroristas han hecho de su presunto islamismo un pretexto para plantear una guerra de religión y no atienden a nuestras nuevas razones.

Al parecer, lo que cuenta es que somos parte de El-Andalus, y Alá les pide que nuestra santa tierra sea reconquistada a golpe de atentados y los cristianos y agnósticos que vivimos en ella, convertidos a la verdadera religión o pasados a cuchillo. Como buenos terroristas, la cordura de los planteamientos es lo de menos, lo interesante es poder lavar algunos cerebros para inclinarlos a derramar sangre.

Hemos ido a Afganistán, un poco como quien va a una fiesta, amparados en el manto protector de la Otan, y con el gorro de las Naciones Unidas, confiando en que las boinas azules nos protegieran de las tensiones de una tierra que nos sería difícil situar correctamente en el mapa. No nos hemos fijado en quiénes nos acompañaban esta vez, era una actuación humanitaria. De vez en cuando, muere algún soldado español (o ecuatoriano nacionalizado), mientras volvía al campamento de una misión de reconocimiento de no se sabe muy bien qué.

Puede que el problema sea más ruso que europeo, más universal que español, más inventado que real, pero lo cierto es que algunos de nuestros soldados profesionales mueren allí, interrumpiendo brusca y definitivamente sus clases de español a los locales, o la prueba de la capacidad de detección de los mecanismos desactivadores de los vehículos, o se caen los aviones de transporte que hemos alquilado barato para ahorrar.

El efecto colateral de nuestra presencia es nuestra contribución a la evidencia de la incapacidad internacional para resolver un conflicto real, en un mundo en el que ningún país tiene autoridad suficiente y los valores éticos y la solidaridad han sido arrojados por la borda.

Parece muy conveniente replantearse aquello de "OTAN, de entrada, no", y discutir las alternativas que se ofrecen a un Estado con un Ejército profesionalizado (aunque de su dotación para la guerra actual, cabria plantearse serias dudas), caro, y cuya la integración con los intereses generales de la población no ha sido adecuadamente perseguida.

La polémica podría plantearse así. O queremos un Ejército bien dotado, preparado para responder de forma contundente a un ataque exterior, con todas las consecuencias; o nos alineamos clara y definitivamente con un bloque armamentístico, integrándonos en él, con las consecuencias que cabe vaticinar, porque los Ejércitos han surgido para defender o conseguir intereses económicos, no para realizar obras de paz.

La otra opción sería que nos declaremos antibélicos, antibeligerantes, neutrales frente a todo, sin ejército propio, sin armamento, y actuemos en consecuencia en nuestra política internacional. No podemos sonreir a todo el mundo creyendo que no se dan cuenta nuestros interlocutores del lado en que están los intereses.

Si nos sentimos europeos, seámoslo, y para siempre. Promovamos con decisión un Ejército europeo, una dotación armamentística única y compartida, una política exterior, por supuesto, común.

Si queremos ser mediadores de verdad, tendreemos que proclamarnos neutrales y renunciar a nuestro Ejército, reconvirtiendo a los militares al mundo civil, lo que, casi seguro, agradecerán sus familias y, no en último lugar, ellos mismos. De no ser así, como no lo está siendo, corremos el riesgo de que nuestro Ejército de asalariados se nutra cada vez más de nacionalizados de los países más pobres de la Tierra, para que, a cambio de pan, defiendan nuestra estrategia "de cooperación internacional".

Que es lo que viene haciendo Estados Unidos, solo que en éste caso, los beneficiarios son sus grandes empresas de armamento y sus multinacionales del petróleo. No la paz mundial ni la cooperación humanitaria.

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