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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Indignados sin fronteras, comprometidos sin reservas

No soy de los que conceden a las fechas de fin de año un privilegio especial. No soy amigo de las fiestas, (quizá porque soy un negado para el baile) y no aprecio comer ni beber más de lo que necesito. 

Este comienzo no tiene que ver con el deseo irrefrenable de confesarme en un blog público, sino que pretende servir de entrada para un reconocimiento. El de que, siendo imprescindible apartarse de tanto en cuanto de las ocupaciones acuciantes para hacer revisiones de lo hecho y previsiones de lo que queda por hacer, la fecha de fin de año es tan buena como cualquier otra, y si la mayoría coincide en utilizarla como hito para hacer Balance, podemos comparar los resultados.

Termina 2012 como un año en el que, no solo en España, ha crecido el número de indignados. La indignación es un estado de ánimo peculiar, que presiona sobre el lado de la incapacidad para corregir directamente lo que nos molesta. El indignado detecta que algo le inquieta, enfada, le hiere o perjudica (no necesariamente a él, tal vez a otros), pero no se ve con autoridad o poder para actuar, corrigiéndolo.

La indignación va siempre dirigida contra otros. No es posible indignarse contra uno mismo.

Una característica no tan fácilmente detectable de todo indignado, pero que la globalización ha puesto en evidencia, es que nos indignamos en grado de intensidad decreciente en relación con la distancia de la situación injusta respecto a nuestras propias narices. 

Podemos indignarnos, desde luego, por cualquier hecho o circunstancias muy alejado físicamente, incluso aunque no nos afecte personalmente, pero nuestro enojo será pasajero, condicionado a sabernos agrupados en nuestra indignación junto a otros, y su protagonisto eventual se verá pronto sepultado por lo que nos incomode o duela en el zapato, que es lo que más nos importa.

Nos indignamos más, desde luego, si lo percibimos con nuestros propios sentidos y mucho más si los sentidos nos lanzan señales de dolor propio: es indignante, decimos, la prevista reforma de las pensiones (si estamos próximos a la jubilación o ya en ella), pero será aun más indignante para nosotros (si acabamos de terminar los estudios univiersitarios y no encontramos empleo) la incapacidad del sistema económico para generar puestos de trabajo.

La indignación tiene, pues -y no pretendo entrar en polémicas al afirmar ésto, sino ayudar a la reflexión- un componente egoísta, que surge de la proximidad al problema y un componente colectivo, que es el que da fuerza y confianza a la manifestación pública de la indignación; por grave que sea el problema que nos afecta, no osamos mostrar indignación si creemos estar solos.

No me imagino una manifestación masiva de indignados para protestar en la Puerta del Sol madrileña contra el abismo fiscal (fiscal abys) norteamericano, aunque no faltarán analistas que vinculen la falta de acuerdo con una profundización en la recesión mundial.

Y las manifestacíones individuales de indignación, aunque sean muy cruentas y fatales para el que las organiza -quemarse a lo bonzo por no soportar ver disminuida la pensión de jubilación, por ejemplo, o tirarse por una ventana al ver llegar a los agentes del desahucio- no solamente no ayudan nada a resolver el caso particular, sino que, además, son utilizadas como símbolo de alidación de los intereses de otros, y muy apreciados, por cierto: tener una víctima mortal que esgrimir en el martirologio es una expresión del pedigree de la indignación, aunque la adscripción del inmolado a la causa haya sido traída por los pelos del oportunismo.

Es un deseo imposible de llevar a cabo, pero no una utopía. Me gustaría que 2013 fuera un año en el que hubiera más indignados sin fronteras: gentes sensibles para manifestarse, no en la defensa de sus propios problemas, sino de los de otros; y, especialmente, con capacidad para poner prioridades a esos problemas, independientemente de dónde estuvieran detectados.

Y como la indignación desvela debilidad, como expresé, mi deseo para 2013 y lo que queda de Historia de Humanidad, es que se incremente el grado de compromiso sin reservas. No es tampoco una utopía y, desde luego, me parece más eficiente que avanzar en la indignación sin fronteras.

Un comprometido sin reservas no pone condiciones para tratar de mejorar lo que está a su alcance. Un indignado sin fronteras que se siente comprometido sin reservas, actúa de vigilante de lo que no puede hacer por sí mismo, pero no por ello abandona hacer lo mejor que sabe lo que se encuentra en su ámbito de responsabilidad o en el territorio de lo que puede.

 

 

 

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