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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Empresarios españoles, uníos

No estoy seguro de que exista una cultura empresarial española, y ni siquiera pondría mi mano en el fuego para defender cualquier definición, por brillante que pareciera, sobre lo que debe entenderse por cultura.

Y si avanzo algo más en esta posición iconoclasta, tampoco veo con tintes diáfanos una definición de empresario, capaz de aglutinar, sin que rechinen sus goznes, tipos tan variados como, por ejemplo, Mario Conde, Enrique Verdeguer, Ruiz Mateos, Esther Koplowitz, José María Cuevas, Pablo Isla, Angel Ron, Arturo Fernández (no el actor cómico, el dramático), Jesús Terciado, Bernardo Hernández,... y, aventurándonos en los entresijos menos explorados de lo que forman las bases de negocios de oportunidad, los vendedores de dvds pirateados de la Puerta del Sol de Madrid, el desorganizador del Madrid Arena(s) atrapado es sus movedizas avideces -Miguel Angel Flores, solo o en compañía de otros-, o la familia china que tiene un puesto mixto de ultramarinos, abalorios y telas en tu calle o en la mía.

Pero si hay algo que tienen en común todos estos citados y cuantos pretenden tener éxito ofreciendo a los demás algo con el objetivo de ganar dinero, es que nos necesitan, aunque tengamos la sospecha, con cierta frecuencia, que nos usan, y más unos que otros. Porque es verdad que sin clientes, es decir, sin gentes que estén dispuestas a pagar por lo que nos proponen algo más que lo que a ellos les ha costado -digamos, para centrar ideas, entre un 10 y un 200 %-, estarían perdidos: el riesgo que asumen se convertirían en su ruina.

Y si se solo buscan enriquecerse a costa de nuestras necesidades, ciertamente no merecen nuestro aprecio, porque nos empobrecen sin compensación.

Para mí, los verdaderos empresarios ofrecen un producto o un servicio, en cumplimiento estricto de las leyes, pero no solo. Necesitan mantener una ética inquebrantable, que, si se contagia de filantropía, alcanza el mérito que la sociedad no podría negarles. Para ello, han de ejercer de empresarios con sensibilidad y honestidad hacia sus empleados y con respeto hacia sus clientes, a los que nunca pretenderán extraer un beneficio que se aproveche en su falta de información o en la desorientación que les crean.

Y, sobre todo, el verdadero empresario, vive las circunstancias de su colectividad, porque está anclado en ellas, y ofrece soluciones a sus problemas, no solamente pide a las instituciones y a la sociedad que solucione los suyos. Porque un empresario es un elemento más, ciertamente valioso, de la colectividad; nunca puede ser su sanguijuela.

Así que  nos necesitamos recíprocamente. No formamos dos mundos aparte, sino uno solo. Mucho más preciso: no habría empresarios sin clientes, por lo que para crear una empresa es imprescindible haber detectado o provocar la creación de una necesidad a cubrir. Y los clientes nacen, viven y crecen del entramado empresarial que, a su vez, surge de los planteamientos colectivos.

Por eso, el título de mi Comentario no pretende animar a los empresarios españoles a que se unan entre sí. No es un remedo chusco del lema "Proletarios del mundo, uníos", que hizo furor cuando los factores de producción más aparentes, trabajo y capital, estaban perfectamente separados, esto es, confrontados.

Por supuesto que los empresarios españoles deberían estar unidos entre sí. No lo están como debieran, pero conseguirlo es una tarea que han de cumplimentar con debates internos, con generación de propuestas de acción conjunta o sectorial, con aprovechamiento de las ventajas de unir esfuerzos.

Lo que propone este comentario es provocar una corriente que no se aprecia en este momento en España y que, aunque no de forma exclusiva, me parece una opción muy interesante en el propósito de sacarnos de la crisis cuanto antes, sin tener que esperar a que el viento que generen -por su propio interés- las sociedades mercantilizadas de centro-Europa y norte de América, nos arrastre.

Y que deberíamos probar, porque opino que para un país intermedio es la decisión más adecuada.

Empresarios españoles, uníos con los demás españoles, en un proyecto común. No con los sindicatos, ni con los políticos, ni con las Iglesias, ni con las multinacionales, ni con un grupo concreto: con todos.

Porque no me parece que el crecimiento de las exportaciones, del que algunos alardean, y hay que imaginar el tremendo esfuerzo que para ellos significa, hasta constituir el 80% de la base de su negocio, por buena que parezca coyunturalmente, sea demostración del éxito colectivo, sino una evidencia del fracaso de los objetivos comunes de la sociedad, si es que, reconociendo ésta que subsiste la necesidad para ella de lo que producen, no es capaz de mantenerlos con sus propias fuerzas. Les estamos haciendo arriesgar demasiado.

Tampoco debe considerar un éxito para la sociedad el que, muchos, se hayan visto obligados a la reducción drástica de empleos para alcanzar mínimos de rentabilidad, comprometiendo con ello la calidad del producto. Ni creo que les de viabilidad la exigencia desesperada de  facilidades financieras para apagar fuegos de tesorería que les acabarán tensando más la cuerda de su endeudamiento. Ni me animo a aceptar que la repetición de esquemas fallidos del pasado, copiando errores, les sirva para probar nuevamente suerte en donde ya hay demasiadas ofertas, y mejores, porque no servirán como soluciones al problema colectivo.

Tenemos que ponernos de acuerdo en el entramado empresarial que nos sea útil al país, y suficientemente estable y flexible frente al futuro. Necesitamos mantener un nivel digno de bienestar y asistencia social. Para ello, es imprescindible generar continuamente un volumen de empleo interno que sirva a la distribución de los beneficios entre todos; de acuerdo, por supuesto con la participación y entrega de cada uno, pero sin exclusiones.

En ese espacio común, apuesto personalmente por la necesidad de apoyar a los empresarios que nos faciliten profundizar en el modelo de una sociedad que defienda el valor de la Cultura, las artes, los servicios, y la investigación de todas aquellas tecnologías que contribuyan a hacer nuestra vida más cómoda, más eficiente, más sencilla: educación, sanidad, energía, agricultura, ganadería, biología, tecno-medicina, explotación regulada de los recursos propios...

Vivir mejor gracias a los buenos empresarios. He aquí un objetivo irrenunciable para una sociedad inteligente. Ayudándoles, nos ayudamos. Pensando en nosotros, mejoran nuestra calidad de vida.

Empresarios españoles, uníos con el proyecto de España. Sociedad civil, obliguémonos a concretar ese modelo.

 

 

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