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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: Elogio de la restauración naïf

El Club de la Tragedia: Elogio de la restauración naïf

Una facción -no muy numerosa, a pesar de su comportamiento estridente- de la comunidad hispana, a la que, desde hace tiempo, es manifiesto que han dejado de preocuparle la religión o la cultura, ha encontrado motivo de risión en un suceso sin importancia alguna, trasladándolo a la primera página de sus aparentes desvelos.

Resulta, por lo que he leído, que una octogenaria de Borja (Zaragoza), Cecilia Giménez, pintora autodidacta, ha realizado a su manera la puesta en valor de una pintura vieja de un Cristo de sufriente rostro al que su deficiente realización, el tiempo y la desidia habían deteriorado.

Nadie había reparado antes en ese Cristo pintado, ni consta que la devoción popular le tuviese atribuídas, hasta este momento, milagro ni actuación meritoria alguna.

Los entendidos en arte, por supuesto, jamás habían posado sus miradas en aquel fresco de autor caído en el olvido (recuperado ahora, para poner nombres a la cosa, como un tal Elías García Martínez, que vivió hace unos cien años y que actuó de copista seguramente de otro u otros más acertados -pongo aquí, entremedias, un ejemplo-, y que, consciente del destino a consumo inmediato y fugaz de su obra, ni se molestó en preparar la pared para pintar aquel óleo, que realizó en dos horas de rápida factura).   

No me quiero unir -al contrario- a los comentarios que juzgan como escarnio las risotadas vertidas sobre un símbolo católico, ni quiero ver como adefesio la obra naif de una manejadora de pinceles bien intencionada, tanto como pintora como, aún más digna de respeto, como devota y sufriente en propias carnes, ya que atiende a un hijo minusválido desde hace más de cincuenta años, sin más ayuda que su fe y su trabajo.

Sí quiero aportar una modesta contribución a la sensatez para entender los pormenores: restaurar el original carece de sentido, pues el aprecio popular despertado hacia la pintura no depende del mérito de la obra primigenia, sino del interés mediático desatado, enfocado totalmente a hacer burlas y no a juzgar artes y menos aún a respetar símbolos religiosos. Hay mejores destinos para los escasos dineros y, también, para el de restauradores profesionales, ahora interesados en poner su nombre gratuitamente junto al mérito traído por los pelos.

Defiendo la conservación del nuevo trabajo, no entendiéndolo como restauración, por supuesto, sino como lo que es, una manifestación actual de la devoción a un símbolo de la necesidad de redención humana. Y como tal, incluso juzgándolo como representación artística, opino -por las fotos publicadas- que la obra de la pintora local no desmerece de otros ejemplos de buena pintura naïf.

Así que solo tenemos que esperar a que desaparezcan los curiososos, sedimenten a su cauce de secano las aguas movidas por los irreverentes y chistosos, y, no lo dudo, a que ayudada por algún visionario, la divina naturaleza nos honre en conceder algún milagro a través de este Ecce Homo, lo que acallará definitivamente las voces de los chuscos y pondrá las cosas en su sitio.

Me declaro, desde este momento, devoto de esa causa, ni mucho menos perdida, sino encontrada.

(Para curiosos: El EcceHomo cuya cabeza he trasladado a la imagen que acompaña este comentario corresponde a un óleo conservado en la Alte Pinakothek de Munich, atribuido a Giovanni Francesco Barbieri "Guercino", o sea, "El bizco", pintor barroco italiano que vivió de 1591 a 1666)

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