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Al Socaire de El blog de Angel Arias

El Club de la Tragedia: Desdoro de la Farándula

Por farándula ya no se entiende la profesión de actor y el mundo en el que, hasta hace no poco se desenvolvía su vida, obligada a la transhumancia para llevar en tránsito la imagen de su arte y trabajo, con la que nos enterábamos de las alegrías y las penas de otros, que son las que menos duelen.

Sobre todo, desde que la televisión entra en los hogares como Pedro por su casa, las "gentes de la farándula" son, básicamente, los que viven del cuento, exponiendo sus miserias, alimentadas no pocas veces por su imaginación calenturienta.

Lamentable no es tanto su peculiar comportamiento, del que, en último caso, podrían considerarse únicos responsables, sino la especial glotonería con que un público encandilado con la bazofia devora sus excrementos como como gansos glotones, embutidos por el embudo mediático que les introducen por el gaznate (lo digo de forma figurada), otras gentes que, sin serlo académicamente, por lo general, se autotitulan periodistas, perjudicando el concepto de esta noble profesión.

Si yo mandara algo en el contexto de las comunicaciones públicas, en lugar de prohibir -por ejemplo- las corridas de toros en la tele, que no hacen mal a ningún ser inteligente y a unos cuantos -no pocos- nos parecen arte verdadero, prohibiría de un plumazo todos esos programas que se llaman del corazón, cuando apelan a otras vísceras menos respetables.

Son tales exhibiciones de impudicia, lugares de descrédito a la razón más elemental, que basan su éxito en conseguir que unos vociferantes personajes se enzarcen en discusiones interminables, o se presenten como animales irracionales, azuzados por cabestros y conductores de la manado, que, dándoselas de investigadores aficionados educados por la CIA, les sacan zumo a sus -casi siempre- miserables perspectivas vitales. No es ajeno al tejemaneje el hecho de que, por haber cobrado algo a cuenta de su desnudo integral, familiares, amigos, novios, chulos, sirvientes o enemigos de los que más suenan, parezcan dispuestos a sacar y dejar que les saquen las entrañas de sus pasados y se las pongan, hechas tiras cual sórdida mojama, a secar al sol que más caliente.

La vida, que da muchas vueltas, me ha puesto en la tesitura de conocer de cerca -tanto que me ha levantado unos pocos dineros, dejándome a deber- a una personilla de ese submundo, elevada por mor de la ignorancia colectiva al pedestal de "famosa" (así se reconoce ella misma en sus escritos en la red), esto es, reconocible, infausto título conseguido, en esencia, por haberse cruzado -abriéndose de piernas, fundamentalmente- con varios desgraciados que la creyeron, supongo, digna de mayor talante y mejor suerte.

Termino como debí empezar: Recuperemos la farándula, la buena. El arte de representar y contar historias que enseñen y diviertan, concebidas y realizadas por profesionales que sepan cómo transmitir emociones, combinando la fuerza del saber cómo con la de haber estudiado el porqué.

Y destinemos al desván, cerrándolo con candado de siete llaves, el vergonzoso propósito de esas gentes que se creen con la opción de significar algo en nuestras vidas, solo porque estuvieron dispuestas a contar, con pelos y señales, lo que, en puridad, debieran haber mantenido mantenido escondido, para que con su mal olor no nos apestaran el salón de estar tranquilos.

 

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