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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el sentido de la vida

¿Qué sentido tiene la vida? es una de esas preguntas a las que se puede dar muchas posibles respuestas, pero el espíritu crítico encontrará que todas ellas necesitan peticiones de principio -postulados o imposiciones provenientes desde fuera del sistema- que condicionan dramáticamente el resultado.

Desde luego, la pregunta también admite contrapreguntas incisivas, del tipo ¿Para quién? o ¿en relación con qué?. Para el conjunto de seres vivos sobre el planeta Tierra, -debiendo superar, además, las controversias que genera la definición de "vida"- la teoría de la evolución ofrece una explicación aceptable de cómo la dinámica de la materia ha llegado hasta aquí, pero no permite deducir hacia dónde va y, desde luego, no tiene solución para el camino de los seres que nos autoconsideramos inteligentes.

Los creacionistas lo tienen incluso más difícil, al apelar a uno o varios seres exteriores al sistema, que, además de su indemostrada/indemostrable realidad en el espacio tridimensional, deberían tener objetivos personales -incluída la opción de divertirse- respecto a los productos de su actividad. Cualquier elucubración sobre su identidad y objetivos tiene todas las opciones de corresponder, en verdad, con la imaginación e intereses de nuestros compañeros de mortalidad.

Utilizando nuestra capacidad de observación y analizando los datos de que disponemos, la respuesta individual al sentido de la vida del ser humano está llena de trampas que no es sencillo sortear.

Somos diferentes, no solo en el aspecto físico, sino, para lo que más importa, en la capacidad intelectual y en su ejercicio; en buena parte, esta diversidad es debida a la formación recibida en la niñez y adolescencia -y aquélla, dependerá de múltiples factores, con responsabilidades de control y corrección muy variadas-, pero su sesgo es de imposible modificación individual, salvo excepciones que solo confirman la regla.

Un elemento inquietante viene a añadirse a estas percepciones. Nos movemos en un entorno en el que predomina la maldad, el egoísmo individual y grupal, la falta de solidaridad. No me parece casual, sino intrínseco a la condición oportunista de la especie humana, que haya individuos que subordinen cualquier principio ético a su propio beneficio, utilizando los medios a su alcance para conseguir la máxima acumulación de poder y bienes, sin importarles a qué afectan.

(continuará)

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