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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Poderes

Estamos asistiendo en este delicado momento español a la exhibición de distintos tipos de poderes y como todo ejercicio de poder implica la referencia a su legitimación y la valoración de sus consecuencias, me propongo en este Comentario hacer alguna referencia sucinta a tres de sus manifestaciones.

Percibo, en primer lugar, el poder ejercido por el Gobierno del Partido Popular, del que repetidas veces hemos oído que proviene de la legitimación de la mayoría otorgada en las urnas en noviembre de 2011, y que se interpreta por el Ejecutivo y sus simpatizantes como que les autoriza a tomar decisiones en solitario, apoyadas en la convicción -desde luego, no despreciable- de que eso es lo que hay que hacer y no otra cosa.

En segundo lugar, se encuentra el poder de los líderes de la sociedad civil, entendiendo por tales los intelectuales, pensadores, científicos, técnicos y profesionales en general (y hay campos muy relevantes para la ordenación de la vida social: juristas, médicos, ingenieros, empresarios, autónomos, etc.). Este poder se ha visto, por variadas razones, muy disminuído en su aprecio colectivo, (con matices, pero con un deterioro importante y, en algún caso, drástico, para sus potenciales ejercientes) y, por tanto, los efectos prácticos de sus actuaciones se presentan, -pudiendo no serlo, desde luego, si se atendiera a la autoridad que debería concedérsele a cada uno en su campo de solvencia- como nulos o poco relevantes.

Y existiría un tercer poder, de cuya fortaleza y legitimidad no puede dudarse, porque, en su base, es el poder que reside en el pueblo soberano, pero que, como no es homogéneo, ni divisible, ni siquiera expresable como unidad, pues está lleno de matices, se manifiesta esporádicamente como contrapunto, como protesta, o como reacción a los poderes de quienes ejercen el Gobierno (en su caso habitual).

Este tercer poder se manifiesta siempre, por su propio carácter, en momentos concretos y contra actuaciones determinadas, y trae como resultado la movilización de una parte de sus componentes, típicamente muy limitada del gran colectivo que es el pueblo y a la que se le suele dar una gran importancia por quienes los convocan y a la que se desprecia por los destinatarios de la crítica.

Me parece interesante, y, también, imprescindible para la plena comprensión del lector de lo que pretendo expresar, aplicarlo a una circunstancia concreta, que estamos viviendo con gran intensidad en España, y es la forma de salir de la crisis, atendiendo a medidas de carácter económico.

El ejecutivo aplica el criterio de austeridad y reducción de gasto (que, además, sentimos no pocos españoles como impuesto por poderes externos, a los que, desde luego, nadie ha votado en noviembre de 2011). Ha preparado, sin negociación y sin explicación técnica, sino apelando a su superior conocimiento de la situación y a que las decisiones que toma son imprescindibles, una panoplia de medidas, que afectan a órdenes muy importantes de la vida ciudadana.

Los poderes, digamos intelectuales, han ofrecido -descontando las opiniones, respetables, de quienes aplauden las medidas del Ejecutivo como la consecuencia del desorden administrativo y la euforia social en que ha sumido supuestamente al país el gobierno socialista- objeciones a la oportunidad y a la eficacia de tales acciones, coinciendo, por lo demás, en que no se está atendiendo a la reactivación, sino únicamente a la reducción de la deuda externa.

El poder popular no tiene opinión en el tema económico, porque lo que está viviendo es su propia realidad, que se plasma con pocas palabras: paro creciente, temor ante un futuro aún más difícil y la constatación, en sus directos peculios, de que la situación empeora. El terreno para convocar una huelga general, por parte de los únicos sindicatos de trabajadores que subsisten en España, está, pues, perfectamente abonado.

Lo dramático es que no existe debate sobre las soluciones, ni, por tanto, se dan explicaciones convincentes, basadas en datos y en previsiones técnicas fiables, respecto a lo que va a pasar.

España, por tanto, aparece muy vulnerable para que, más aseada y limpia que antaño en sus compromisos financieros, se convierta en un bocado muy apetitoso para quienes sepan qué hacer con las parcelas saneadas de riesgo y no tengan que responder ante el pueblo soberano ni atender más que a la máxima rentabilidad de sus accionistas.

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