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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Cuestión de escalas

No hubiera figurado yo entre los más sorprendidos si el equipo responsable del llamado experimento Opera, ése que pretendió haber demostrado que los neutrinos son capaces de moverse "un poquito" más veloces que la luz (20 partes por millón por encima), pudiera defenderse de quienes tienen claro que el falso hallazgo es solo la consecuencia cierta de un par de minúsculos errores de medición.

Y no me hubiera emocionado, no tanto porque sea un escéptico de las teorías de la relatividad, que, como se nos ha dicho hasta la saciedad, sin esmerarse mucho en explicárnoslas (1), están basadas en que el número mágico "c" es el límite teórico de velocidad.

Lo que pasa es que no veo la gracia a las hipotéticas consecuencias. Que el límite de velocidad en el trozo de cosmos que tenemos al alcance sea "c" o "c y un poco más" no me parece la clave para viajar al pasado, pero, y aquí está el asunto, no me interesa lo más mínimo, aunque, cuando me ataca la nostalgia, pudiera estar de acuerdo en que "cualquiera tiempo pasado fue mejor".

Los que me atraen, en cambio, son los experimentos que permiten acelerar el paso del tiempo para que los momentos malos de tragar duren lo menos posible.

Hasta ahora, en cambio, lo que está demostrado es que los momentos más veloces en pasar -con o sin neutrinos - son los agradables. Su tránsito por nuestras vidas es tan imperceptible que, cuando nos damos cuenta, ya se han ido.

Pero, en cambio, cuando las circuntancias vienen mal dadas, cada segundo se convierte en un suplicio, y apetecería meterse en la cama, arrebujarse agarrado al osito de peluche, y esperar a que nos llame mamá para anunciarnos que es hora de levantarse, y comprendamos, aliviados, que todo ha sido una pesadilla.

Ahí estamos.

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(1) Mario Alonso Puig, al escenificar, en aquella jornada memorable del 7 de febrero de 2012, los orígenes de la teoría de la relatividad en la cabeza del niño Albert Einstein, y después de ilustrarnos con que todo empezó porque, "yendo en bicicleta, con once años, se preguntó que pasaría si fuera capaz de pedalear a la misma velocidad que se propagaba la luz de su bici", aclaró que "No le dieron el premio nóbel porque nadie lo entendía".

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