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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Según sea nuestro margen de albedrío en caso de que el diseño sea inteligente (y 2)

(Este Comentario es continuación del inmediatamente anterior y, como aquél, recoge -sin pretensión de fidelidad, aunque con la intención de resaltar los aspectos más sugerentes o polémicos- las brillantes conferencias de los profesores Sols y Ayala en la Fundación Ramón Areces (Madrid, 10 y 11 de noviembre de 2011).

Con el descubrimiento del ADN empieza el estudio sistemático de la evolución molecular, que conduce a la construcción del árbol de las especies con un antepasado común, cuya aparición se dató en unos 2.000 millones de años. Los genes, proteínas muy simples -aminoácidos- forman los elementos compartidos por todos los seres vivos; cada organismo posee entre 20.000 y 30.000 genes, con cuya combinación se puede construir, con la precisión que se desee, la evolución de todas las especies vivientes.

El hallazgo se puede juzgar de capital, como subrayó el profesor Ayala. Eucariontes, arqueos y bacterias son las tres ramas más robustas de ese árbol con un antepasado común único. De entre los eucariontes, que tienen el ADN incluído en el núcleo, destaca, -exclusivamente por nuestro específico interés como humanos, pues estamos comrpendidos en ella- una ramita: la de los seres que no son microscópicos -hongos, animales y plantas-.

Fue en este punto en donde la conferencia del profesor Ayala nos pareció que daba un salto en el vacío, para extenderse, sin clara conexión con lo anterior, en criticar el creacionismo -alternativa a la teoría de la evolución.

Los creacionistas son seguidores de la teoría del diseño inteligente, y tratan la Biblia como un libro de ciencia. Es decir, incorporan como verdad incontrovertible el argumento de Paley, y han pretendido recientemente en Estados Unidos llevar esa cuestión al nivel de texto constitucional, proponiendo que la doctrina de que todo lo que existe es consecuencia de la actividad de un supremo hacedor, sea de explicación obligatoria en las escuelas. (Caso resuelto en sentido negativo por el juez John Jones, Dover, 2005).

Previamente, Ayala se había referido a una cuestión intrigante en relación con la teoría de la selección natural de Darwin, y que había sido puesta de manifiesto por Michael Behe, llamándola "Darwin´s Black Box": la naturaleza presenta claros ejemplos que no corresponden a esa teoría. Uno de ellos es el del ojo humano.

Dentro de los moluscos, un grupo mucho mayor en especies que el de los vertebrados, la evolución del ojo presenta ejemplos de adaptación a las necesidades. Entre ellos, calamares y pulpos tienen sus ojos mejor formados que el de los seres humanos, pues nosotros soportamos un punto ciego que corresponde a que el nervio óptico tiene que atravesar la retina, lo que no existe en los octopus, en el que las fibras nerviosas se han formado hacia fuera y no hacia dentro.

La intención de Ayala al crititicar la fe de los creacionistas en este punto de su conferencia es, posiblemente, destacar que la selección no se produce de forma determinista y que, por tanto, el ser humano puede ejercer su capacidad de libre albedrío. Pero, en nuestra opinión, concentrar la crítica en un texto particular -aunque haya merecido el respeto y análisis de muchos seres humanos en los últimos veinte siglos, al menos- es innecesario.

No nos parece que haga falta recurrir a las religiones ni a sus textos de devoción para defender que la teoría del Diseño Inteligente es insostenible (ID, en sus siglas en inglés, y cuyo significado Ayala trastocó, satíricamente, en Imperfect Design, o en Diseño Incompetente). Desde luego, la especie humana -como destacó el conferenciante- lleva en sí la demostración de algunos hándicaps a que ha llevado la evolución de ciertos caracteres, y esta presencia de debilidades es la mejor evidencia de que ni hemos sido creados ex novo ni somos perfectos. ("Aceptar la teoría del creacionismo sería una blasfemia, pues equivaldría a admitir que Dios es un incompetente", expresó Ayala, con rotundidad).

Es deducible, por la observación directa y la comparación con otras especies, que la evolución del ser humano no ha llegado, ni mucho menos, a etapas definitivas. Esta estupenda constatación -que resaltamos nosotros, aunque no se refirió a ella Ayala en este sentido- nos anima a tener expectativas muy razonables de que nuestra capacidad de entender mejor los fenómenos que ocurren en el cosmos, crecerá, no solo por la vía de los descubrimientos ocasionales de algunos seres humanos, sino como consecuencia directa del incremento de la potencia de nuestro cerebro (que, dicho sea de paso, aumentó de 300 g a 1,4 kg de peso en un corto período de tiempo cosmológico).

Expone Ayala que es "chocante" que los creacionistas atribuyan a Dios la paternidad de crueldades evidentes: la gran crueldad y sadismo de los chimpacés, capaces de devorar a sus semejantes sin piedad, las singularidades (oddities) de las mantis religiosas (praying manties) o las formas de parasitismo que derivan en gaves enfermedades para otras especies. Para el ser humano, la imperfección actual se reconoce, por ejemplo, en la incompetente estructura de su  mandíbula, que obliga en muchos casos a la extracción de las muelas del juicio (sin sitio en ella), en el estrecho canal para el nacimiento, o en la atrofia relativa de sus miembros delanteros (forelimbs)...

Reunimos, a nuestro propio riesgo, las deducciones de las dos conferencias que hemos pretendido glosar en estos Comentarios: Para el ser humano actual, la cuestión a resolver es la posibilidad de agotar el margen que nos concede nuestro albedrío, para tratar de resolver, definitivamente, la cuestión de si somos, o no, la consecuencia de un experimento de un ser mucho más inteligente.

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