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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre los argumentos de quienes pretenden ser imprescindibles

La crisis provocada por la irracional estampida de los controladores aéreos ha provocado reacciones de todo pelaje en el teatrillo de vanidades, tensiones políticas y buscones de protagonismo, con apariencia de Estado de Alarma persistente, en que se ha convertido España.

Debiera todo el mundo estar de acuerdo en que, independientemente de las razones que tuviera el colectivo de controladores antes de su huelga salvaje, han perdido credibilidad desde el momento en que decidieron romper la baraja. No importa qué cartas tuvieran en la mano antes de colocar a un millón de personas contra el paredón de sus intereses específicos. Han perdido la razón, y por tanto, han echado por la borda la capacidad de defensa de sus razones.

Pero sería injusto, y muy deplorable, detener el análisis en la culpabilización de los controladores por el mal que han causado. Su situación de malestar no ha quedado resuelta, y la base -justa e injusta, razonable o elucubrante- que los movió a sentirse, colectivamente, amenazados hasta el límite, subsiste. Y, como necesitamos controladores aéreos, hay que encontrar una solución.

La mayoría de quienes han expresado su opinión en estos días posteriores a la crisis, se manifiestan en contra de los controladores, apoyando su despido masivo, y su sustitución por otros especialistas, formados a la carrera o contratados en el extranjero.

Cualquier que tenga o haya tenido la curiosidad de saber cómo se llega a disfrutar de "una de las carreras más apasionantes y mejor remuneradas del planeta", y haya echado un vistazo sobre los requisitos para acceder a una profesión que, en cada país, se expresa con requisitos diferenciados, seguramente llegará a la misma conclusión que nosotros: No hay ninguna razón para que su remuneración inicial sea superior a la de cualquier carrera de grado medio, en la que, por supuesto, habrá que valorar, junto a la experiencia que se vaya adquiriendo, las cualidades personales y las variables específicas de nocturnidad o turnicidad, horas extras y, en su caso, disponibilidad para incorporación al servicio.

El núcleo de la cuestión de porqué los controladores de tráfico aéreo son imprescindibles reside en que, además de saber inglés, ver bien, no superar una cierta edad, aprobar un tanto misteriosos exámenes físicos y síquicos y acreditar una formación universitaria de nivel medio (e incluso inferior: basta en muchos casos el bachillerato), necesitan especializarse, no ya en el manejo de los instrumentos propios para ejercer su trabajo, sino en los de una determinada torre de control, pues deben adquirir la capacidad para adoptar decisiones en su ámbito de responsabilidad de forma prácticamente instantánea.

No se diferencian en esto de otras profesiones en las que se deben tomar decisiones en situaciones críticas: médicos, ingenieros, políticos, pilotos, manipuldores de aparatos de precisión o sistemas delicados o complejos -por decir solo algunas- se pueden encontrar en posiciones similares. Y, por supuesto, no viven la situación de tensión como la viviría un lego, pues han sufrido un aprendizaje para soportarla, además -y esto es lo importante- de disponer de los conocimientos y recursos para salir adelante del problema ocasional, con éxito.

Este es el punto al que queríamos llegar: los controladores aéreos se creen imprescindibles porque no aman su profesión, y -al parecer- solo han sido educados desde la perspectiva del profesional, no de la del bien que hacen a la sociedad.

Las declaraciones que hemos oido en estos días de gentes de ese colectivo que ha saltado a la palestra en donde los demás ponemos luz y taquígrafos, producen escalofríos: se ven superiores, únicos, se sienten perseguidos, se reconocen tensos, entienden que se les debe remunerar mucho más que a cualquier otro trabajador por la índole extraordinaria de su misión casi mesiánica; etc.

Hay que conseguir que se bajen de su pedestal y dejen de pensar en ellos mismos. Hay, solo en España, cuarenta y seis millones de personas que dependen de que hagan bien su trabajo, y que cobran, por hacer bien el suyo, mucho menos que ellos.

Y merecen el mismo respeto. Porque si no existiera esta sociedad y no se hubieran inventado los aviones, no habría torres de control, ni se necesitarían controladores aéreos.

2 comentarios

Administrador -

En efecto, Antonio. Me parece que ya es hora de que entendamos que ejercemos una profesión como servicio a la sociedad, no porque la hayamos inventado nosotros, desde una hipotética genialidad inspiradora. Somos, porque nos debemos a los demás.

Antonio Fumero -

Interesante planteamiento desde un ángulo poco visitado últimamente, la profesionalidad, sentido ético de una serie poco conocida de convicciones morales.



:)