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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre cómo enseñar a amar la música

Aventurar que los españoles carecen de sensibilidad musical sería una excursión errónea por los caminos de la especulación. La afirmación de que están mejor preparados para emocionarse ante la percusión que ante lo sinfónico, tendría ya más fundamento.

Expresar que la juventud española actual proporcionará, en la vejez, mayores índices de sordera que las generaciones anteriores, no admite muchas dudas, extrapolando los resultados empíricos ya recogidos.

El gusto por las estridencias sonoras de los adolescentes de hasta treintaytantos se advierte en el metro, en la calle, en los hogares en donde aún esperan el llamado de su independencia económica: enchufados a sus walkman e ipods, no solamente oyen ellos la música que han elegido, sino que, a todo volumen, hacen partícipes a quienes les rodean de sus preferencias sobre el modo en que han decidido desgraciar sus tímpanos.

En las discotecas -lugares de los que los más jóvenes mienten a sus padres que van a "charlar"-, los sonidos son, para oídos aún en buen estado que por curiosidad o error culposo recalan por ahí, insoportables.

Es cierto que el fenómeno del retorno al interés por la percusión y los ritmos fáciles, más o menos bailables, lo que supondría, expresado con brutalidad, un retrogusto cavernícola, no es privilegio de una posible mayoría dentro de la juventud española. En todas partes, se vive, y desde hace ya décadas, la presión publicitaria en favor de las grandes concentraciones en donde se presentan espectáculos en los que la música tiene poca importancia en comparación con la escenografía y en donde prima el ritmo machacón sobre los discurrires melódicos.

Valga esta larga presentación para encuadrar el elogio a una magnífica lección magistral, realizada el 18 de noviembre de 2010, ante un público de la tercera edad -aunque el acto era abierto- por el profesor Gabriel Menéndez Torrellas en el salón de actos de la Fundación Juan March en Madrid, dentro de una propuesta felicísima de esta entidad, denominada "Aula abierta", y que contó con conferenciantes de primera línea.

El tema de la conferencia fue "Tristán e Isolda, el drama musical y el tiempo interior", y el objetivo era ayudar a entender la genial ópera de Wagner, centrándola, no tanto en su época -el romanticismo- como en la relación con la azarosa vida sentimental del compositor -su amor adúltero con Mathilde Wesendonck-, como en su estructura musical interna, aproximándonos a la intención y momento creativos de su autor.

A la claridad expositiva, dentro de un esquema que quedó perfectamente enunciado desde el principio, se unió la oportuna selección de algunos momentos de la interpretación teatral, proyectados en la gran pantalla de la sala, que fueron comentados con erudición, pero con sencillez docente y amistosa paciencia, sin asomo de la menor pedantería.

Que Menéndez Torrellas tocara, además, él mismo, el piano, recitara y hasta cantara, para reforzar el mensaje didáctico, una y otra vez, algunos fragmentos musicales clave de la ópera -el acorde Tristán, el juego instrumental que da soporte expresivo a la advertencia de Brangania de que la noche se acaba, los recursos creativos que subrayan musicalmente la separación entre realidad y fantasía- fue un regalo para la inteligencia y la sensibilidad. Muchos hubiéramos pagado, y de muy buen grado, por disfrutar de lo que se nos ofrecía gratis.

Así se enseña a amar la música.

(Incomprensiblemente, algunos asistentes abandonaron la sala antes de que terminara la conferencia que fue algo más larga de lo habitual -casi dos horas-, pero que resultaba ligera como un soplo; que lo hicieran cuando en pantalla se estaba asistiendo al momento sublime de la ópera, la muerte de Isolda, que es también uno de los hitos de la música europea, resultó aún más sorprendente.

Nos imaginamos que la excusa, esta vez, hubiera sido perfectamente comprensible: "Queridos, llego algo tarde para la cena porque me tuve que quedar a oir cómo se moría Isolda, después de haber escuchado una conferencia del Dr. Torrellas, un profesor de musicología educado en Freiburgo, que me había emocionado hasta la médula." )

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