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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la mitificación del trabajador

Asistimos -desde hace décadas- a un proceso, seguramente ya irreversible hasta que se produzca la extinción del concepto, a la mitificación del "trabajador".

Lo expresamos entrecomillado para poner de relieve que se está incorporando un matiz importante a lo que resulta sobreentendido cuando se habla de este colectivo de forma genérica, como un grupo oprimido, sufriente, necesitado de atención especial porque está explotado por el resto de la sociedad y, particularmente, por un producto monstruoso de la misma: el empresario.

Ese matiz se construye desde una falsedad, un anacronismo. En realidad, es un virus peligroso, incluso letal, para la propia subsistencia de los logros conseguidos en el siglo pasado, y que se ha incrustado en el término "trabajo", aprovechando el reconocimiento general que ha conseguido -no sin duros empeños- el término, y pretendiendo que la lucha sindical y la "defensa de los intereses de los trabajadores" ha de mantenerse en iguales términos que los que nos trajeron hasta aquí.

El virus está hoy ahí para llenar de pus la valoración de lo que el ser humano aporta a la sociedad en tanto que trabajador, adulterarlo con consideraciones espurias, envenarlo de sentimentalismos trasnochados y sembrarlo con apestosas marañas de odios y recelos que se dirigen, además, contra "el empresario", cuando la mayoría de los "empresarios" son propietarios de pymes, en las que ellos mismos trabajan.

Manteniendo elementos ajenos a lo que hoy habría de entenderse por trabajo, se está perjudicando con roídos ropajes la nobleza conseguida, porque, con el producto de prejuicios infundados, acarreando resabios y penurias del pasado, se empañan la serenidad y el sentido que deberían darse actualmente a las evaluaciones de trabajador y trabajo, protagonistas, desde luego, en ese escenario permanente en el que la sociedad produce los bienes y servicios que necesita.

¿Qué es "trabajo"? ¿Cómo se mide, y por quién? ¿Habría tal vez que vincular esa medida a la eficacia, a la productividad económica, al simple hecho de estar presente en el tajo, disponible?

No faltará quien piense que estas cuestiones son elementales y que han sido ya satisfactoriamente resueltas por estudiosos, admitidas por eruditos y puestas en claro por legisladores y que, por tanto, no hay nada que discutir.

Discrepamos. Trabajo es eficacia, rentabilidad, colaboración íntima, dentro de la empresa, con el empresario. Identificar "trabajador" únicamente como aquél que está vinculado con una empresa o entidad pública por un contrato laboral y que el responsable de darle rendimiento es solo "el otro", el empresario, es una grave imprecisión, que desconoce la variedad de las relaciones entre quienes necesitan un servicio y las personas físicas (separadamente o agrupadas) que lo realizan.

Nadie parece estar con ganas de llegar al meollo de la cuestión. Porque el enemigo hace tiempo que ha dejado de ser el empresario, y, mucho menos, el pequeño empresario. Lo necesitamos, y mucho. Y todos deberíamos reflexionar seriamente por dónde está evolucionando el panorama de la tecnología, de las necesidades (y cómo se están creando y por quién) y, por tanto, cómo está cambiando el tipo de trabajo que se tiene que realizar y cómo se va a distribuir su ejecución -formando a los jóvenes, y orientándolos bien- y, por supuesto, de qué forma se les va a retribuir.

Cada vez hay menos trabajo en el que se necesite simplemente la actividad física de las personas, y cada vez el trabajo intelectual exige una mayor cualificación.

Más preciso aún: se paga menos por el trabajo que no necesita cualificación (en el que, además, el hombre compite con las máquinas o con otros seres humanos en mayor necesidad aún) y se puede pagar cada vez más por trabajos muy específicos, pero para los que se necesita muy alta cualificación y, por supuesto, son escasos.

Los representantes sindicales, los empresariales, los miembros del Gobierno, cuando hablan de Pactos entre los agentes socioeconómicos, emplean análisis a corto plazo, aunque digan preocuparse por el futuro. No saben bastante para predecirlo o no quieren saberlo. Por ello se detienen, de forma prácticamente exclusiva, en garantizar la mayor estabilidad en el empleo para unos y que los incrementos salariales no superarán unos índices máximos para los otros. Cuando discuten sobre "formación", los técnicos no entendemos, en general, no entendemos lo que quieren expresar. (¿Peluquería, cocinero, conductor de camionetas, programador, diseñador, técnico en TICs o en tecnologías ambientales? ¿Piensan en serio?)

Complacerse en considerar actualmente -en España, concretamente- al trabajador con los tintes de explotación, precariedad, inseguridad, etc. que caracterizaron, durante siglos, la dominación de quienes tenían el poder y los que solo podían aportar su fuerza física o su habilidad para obtener de los primeros lo necesario para su sustento, es un anacronismo. Es, también, una mentira y es, sobre todo, un argumento estéril para trabajar por el futuro.

Porque, en primer lugar, existen muchas categorías de trabajadores que no son asimilables en absoluto. Los directivos de grandes empresas, los altos funcionarios, los máximos representantes sindicales, los liberados, los enchufados, los vagos, los indolentes, los inútiles, todos, son considerados trabajadores.

Los inteligentes, los activos, los creativos, los entregados, los que no se arredran, los timoratos, los incapaces, todos, son considerados trabajadores.

Legalmente, para que alguien sea considerado trabajador solo necesita un contrato que cumpla las condiciones establecidas por la Ley, el Estatuto regulador de esa relación entre dos partes: empleador y empleado.

Pero es que, además, de las muchas formas de cumplir con las condiciones válidas para ese contrato, en momentos de crisis y paro como éste, hay tantas o más de aportar trabajo y capacidades a la sociedad sin haber suscrito ningún contrato, y, aprovechando las bolsas de dinero negro, el trueque y, por supuesto, se incrementa la aportación no remunerada y el exceso de dación sobre lo pagado.

No hay más que fijarse en lo que está pasando. Obras y servicios que se realizan por inmigrantes irregulares, criadas y cuidadores de ancianos y niños sin nómina oficial y sin seguro, amas de casa sobrecargadas que cocinan-planchan-limpian de la noche a la mañana, jóvenes y no tanto que tratan de vender en las calles cds pirateados o publicaciones de contenidos infumables, artistas y aficionados que tocan y cantan en el metro o hacen equilibrios en la esquina, electricistas, fontaneros y manitas de variado pelaje que se anuncian junto al telefonillo, informáticos que resuelven problemas por la voluntad, expertos que hacen extras  después (o durante) la jornda laboral, licenciados que dan clases particulares, profesores que hacen de consultores mientras les paga el Estado, jubilados que se realizan en las ongs, modistos a destajo que cosen con las persianas bajadas, etc. Etc.

Se está mitificando a un trabajador especial -el de los "queridos trabajadores y trabajadoras" de los representantes sindicales, un elemento artificialmente pasivo de la sociedad-, descargando sobre él todos los sentimentalismos del pasado, y nos olvidamos de que crece cada día el número de los que no van a obtener trabajo si carecen de la cualificación precisa.

Como también crece la masa de quienes tienen contrato y trabajan, -vaya si trabajan-, para poder comer, para subsistir, para vivir mejor, o, incluso -y esto ya nos gusta- trabajan sin preocuparse por obtener la máxima retribución, incluso gratuitamente, porque están convencidos de que el ser humano es, por esencia, un trabajador y son conscientes de que no necesitan tanto del dinero como de los motivos para ser felices haciendo felices a otros.

El trabajo ni dignifica, ni realiza. Claro que todavía subsiste la idea de que se trabaja para vivir bien, y se busca la más alta remuneración para poder hacerlo lo mejor posible. Y no podemos ignorar ese móvil legítimo.

Pero, mirando más alto, no hay que buscar términos rimbombantes: Ser humano es trabajar, actuar, hacer, y para serlo plenamente, hay que saber hacerlo lo mejor posible.

¿Quién paga a los que no tienen contrato por sus auténticos servicios a la sociedad, muchas veces, sin cobrar nada a cambio? ¿Quién se beneficia de sus trabajos?

Todos; los empresarios que compran lo que producen a bajo precio, directa o indirectamente; los particulares que les pagan poco o nada; el Estado en su conjunto, que lo consiente y que cierra los ojos ante las irregularidades; y, en particular, muy en particular, quienes están vinculados por un contrato de trabajo "con todas las de la Ley". Los "queridos trabajadores y trabajadoras" de los sindicalistas.

Tenemos cada vez menos trabajo para repartir. Y mientras nos rija el ansia de poseer más, los niveles de explotación de unos seres humanos por otros no harán sino separarse más: arriba, los que tienen el control tecnológico; abajo, los que ofrecen sus servicios a bajo precio, porque muchos saben hacer lo mismo. 

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