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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el temor reverencial a fanáticos y sicópatas

El once de septiembre de 2001, una facción del fundamentalismo islámico, dirigida por un tal Osama BinLaden, escribió unos renglones inolvidables en la historia del mundo, con la sangre de varios miles de personas a las que sacrificó en el altar del fanatismo religioso.

No fue, ni mucho menos, la inmolación más cruenta de nuestros propios congéneres, realizada en el altar de hipotéticas revelaciones, supuestos mandatos divinos o la intención de limpiar el orbe de aquellos infieles que se resistan a convertirse a la verdadera fe, que será, siempre, la propia.

No es la más reciente. La historia de despropósitos continúa, alimentada por el desprecio a la vida humana y turbios intereses que, mirando más allá de lo que ordenen los dioses beligerantes de nuestra trapacera aldea global, hay que identificar, siempre, en último lugar, como económicos, y, por lo tanto, mezquinos y perecederos.

Este año de 2010, el Ramadán, el gran período festivo que combina a la perfección el ayuno y el jolgorio de los seguidores de Mahoma, una Feria de Abril con principio y final de calendario lunático, terminó el 10 de septiembre.

Se compara el final del Ramadán con la Navidad, esa otra fiesta de origen también religioso con la que los cristianos -muchos, en realidad, devenidos paganos-celebran su deseo de hierofanía, pero no es lo mismo. Ambas son explosiones de consumo desenfrenado, moviendo grandes cantidades de dinero, solo que la Navidad ya no es estrictamente una fiesta religiosa para muchos, enmascarada entre Papás Noeles, Reyes Magos y despedidas de año.

Un predicador de esos que se ganan la vida en Norteamérica como monitores de la estupidización colectiva, ha anunciado que quemará unos cuantos Coran-es el día 11 de septiembre, para exorcizar de esa manera unos demonios y despertar otros.

Su declaración, y su acto posterior, si se realiza, debería haber pasado desapercibido, en un mundo en que no tenemos tiempo para asimilar a diario los millones de hechos, desgraciados y felices, más relevantes que ese, que llenan la existencia individual, grupal y global.

Pero la malévola selección mediática de esa mini-noticia, ha provocado el levantamiento del velo del pánico. Ha resurgido, potente, el temor reverencial a no enfadar pornadadelmundo a los fanáticos y sicópatas que, en nombre de su dios -da lo mismo cómo lo llamen- pueden encontrar en cualquier causa la justificación para seguir matando a quien les parezca más conveniente.

Eso sí, siempre que a sus desmanes se les preste la debida atención, lo que, para nuestro castigo, les hemos garantizado. Como a cualquier terrorista, es la posibilidad de obtener publicidad, no el hecho que pueden provocar, lo que les mueve. Deberíamos estar ya bien enterados.

 

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