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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre la optimización del input social del ser humano

La idea se puede expresar de forma muy simple. Si todo ser humano debiera ser considerado como un insumo del proyecto de la sociedad como conjunto, ésta debería preocuparse de que sus capacidades fueran aprovechadas de la mejor manera posible a lo largo de su vida.

La disponibilidad colectiva sería la suma de los insumos individuales: hoy por hoy, más de 6.000 millones de capacidades. Muchas, ¿verdad?

¿Cuál es ese proyecto colectivo?. No parece que exista, al menos de manera razonablemente concreta, pues no valdría responder a la cuestión con la indicación grosera de "progresar para conseguir un mayor bienestar" o "tratar de que todos tengamos una vida digna".

Por otra parte, tampoco resulta convincente suponer que formamos parte de un proyecto dirigido desde el más allá para probar nuestra capacidad de ser razonables. Hace tiempo que se habría demostrado el fracaso de este experimento hipotéticamente teocrático. 

Aunque no descartamos que algunos intelectuales, políticos y otras gentes, desde diversos campos profesionales y afectivos, crean en la necesidad de un proyecto humano global, no resulta detectable, y menos en este momento, que los propósitos apunten en la misma dirección. Más bien, las ideologías dominantes se complacen en evidenciar lo contrario.

En la Historia de la humanidad, se han cosechado sonoros fracasos para proyectos con vocación universal. Sin remontarnos hasta los imperios persas, romanos u otomanos, y pasando de puntillas por aberraciones, como el nazismo, la trata de esclavos o el integrismo religioso, tenemos heridas recientes que nos proporcionan argumentos para apoyar nuestra incapacidad para alcanzar un proyecto colectivo.

El comunismo ha fracasado, entre otras cosas, por su falta de sensibilidad respecto a la valoración de la diversidad, el capitalismo es -incluso para muchos de sus devotos- una trampa de la élite económica, interesada casi exclusivamente en garantizar su mantenimiento,  y los proyectos ético-cosmogónicos, de los que cabe destacar al cristianismo en estas latitudes y al hinduismo en las opuestas, tienen o demasiadas cargas dogmáticas o insuficiente perspicacia social para ser tenidos en cuenta como soluciones aceptables universalmente.

Pero, además, y obviamente, no somos únicamente animales gregarios; el proyecto colectivo nos importa menos que nuestro éxito personal como individuos, aunque a menudo nos veamos obligados, simplemente, a luchar por nuestra supervivencia (sí, -claro está-: más en los países más pobres y más para las clases menos favorecidas económicamente).

Esta consideración utilitaria de la vida de todo individuo, por parte de la sociedad a la que se pertenece -que, idealmente, en una colectividad globalizada y supuestamente regida por altos valores éticos, no admitiría clases ni fisuras- tendría su complemento imprescindible, en una formulación desde una perspectiva individual, que podría expresarse así:

Cada uno de los individuos de la especie humana debiera tener factible, incluso garantizado, que su vida supusiera un progreso, una evolución positiva de su propia satisfacción, desde la cuna hasta la tumba.

Puesto que los seres humanos necesitan de la sociedad para realizar ese proyecto personal, a lo largo de la vida, es imprescible lograr que la sociedad encaje a cada persona, sin tensión, en el espacio útil y de bienestar que corresponda a su edad, conocimientos, méritos, necesidades y disponibilidad. Fundamentalmente, en el rango que, para cada grupo de edades, combine la justa (no la excesiva) satisfacción de necesidades y la utilización (no la explotación) de su capacidad.

Para cumplir objetivos globales, la sociedad está desastrosamente enfocada, y no hay ni que referirse a paradigmas ni a zarandajas económicas. Basta analizar la situación desde un punto de vista ético (universal), pero también, pragmático (rentabilidad global).

Si todos los individuos humanos somos iguales no caben: ni esclavitud, ni desprecios, ni utilización ventajistas de unos sobre otros.

Si vivimos en un mundo global no pueden ser admitidos: ni desplazamiento hacia unos países de industrias contaminantes, ni maximalismos ni dogmatismos, ni explotación de recursos foráneos sin contrasprestación, ni dictaduras, ni contemporización con dictaduras e integrismos.

Si queremos avanzar en una dirección no se deben tolerar: ni multinacionales mastodónticas con mayores poderes de acción que los estados, ni desigualdades salariales injustificables por rendimiento o capacidad, ni control mercantil de tecnologías ni, naturalmente,fármacos, básicos, ni deforestación ni contaminación sin control, ni explotación de sexos ni menosprecio a razas y culturas, ni falta de formación infantil y juvenil que incapacite para acceder a ese objetivo de bienestar, ni desprecio hacia los principios éticos y conductuales más elementales, que son aquellos que garantizan la seguridad y el ámbito de ejercicio de la personalidad.

Y si, acercando la lupa a nuestro entorno más directo, resulta que tomamos consciencia de vivir en un país que resulta ser un modesto contribuyente a la economía mundial, con escasa tecnología propia, y fuertes desigualdades culturales, económicas, sociales internas, parémosnos a acordar qué nos conviene más.

Restringiendo nuestra vocación frustrada de querer ser el Pepito Grillo de la conciencia mundial, pongámosnos a solucionar, ante todo, nuestros problemas, contradicciones y desigualdades más urgentes, en lugar de andar aconsejando a los demás, cuando nos dan el micrófono, lo que tendrían que hacer, mientras nos entran los listos y listillos, los saqueadores, los oportunistas, a disfrutar de lo que no valoramos de cuanto tenemos en nuestra casa.

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