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Al Socaire de El blog de Angel Arias

Sobre el padre

Produce su nosequé de inquietud que el patrono de los padres, en la tradición católico-instrumental de la que procedemos, sea un santo varón al que, según la crónica más acreditada, no se le conocen hijos propios, aunque enseñó su oficio y lo sostuvo hasta que pudo valerse por sí mismo, al que Dios puso en sus manos.

Los padres putativos siempre han dado mucho juego en la historia. Debido a lo que los romanos, con su docta intención de poner lo más importante en aforismos -y, además, en latín- habían concretado en eso de que "mater sempre certa est", quedó siempre abierta la mofa, befa, caza y escarnio del padre presunto, o, mejor dicho, del padre atribuído.

El avance de las técnicas de ADN está deshaciendo con impudicia algunas de las presunciones genéticas. En España, en donde disfrutamos de un deseo irrefrenable de conocer la verdad (aunque ni sabemos priorizar las verdades más valiosas y, cuando descubrimos la mentira, no siempre sepamos qué hacer con ella ni con el mentiroso), las leyes de filiación permiten investigar la paternidad, utilizando el material genético.

Se trata de defender el derecho del hijo a saber, no solo quién es su madre, sino también, quién dejó a su santa embarazada. Laudable propósito, sin duda, pero terriblemente sesgado en su aplicación. Porque, como se puede deducir de la investigación en las hemerotecas (sobre todo, en las judiciales), lo que interesa a la mayor parte, sino a todos, los hijos llamados secularmente "naturales" que, a edad avanzada, se interesan por descubrir quién fue su padre, es echar mano de la herencia del que, ya difunto, no puede responder de las razones por las que no reconoció a su hijo.

Y, aún más grave, resulta advertir que las investigaciones posteriores de la paternidad son discriminatorias respecto a los restos de quienes han sido incinerados y aquellos otros cuyos huesos yacen en los cementerios, en tumbas fáciles de exhumar para que su pecadillo -en su momento, social y económicamente no sancionado- se convierta, al pasar de los años, en una revolución hereditaria cuya expiación caerá sobre los deudos que, hasta que la investigación genética puso la luz insolente sobre el caso, vivían en la inocencia de no saber que debían compartir con un desconocido (o ver que les es arrebatado totalmente) un patrimonio que habían considerado legítimamente suyo.

Varones del mundo: si tenéis alguna duda respecto al resultado de vuestras aventuras extramaritales, dejad indicado que se incineren vuestros restos y se aventen las cenizas sobre la tierra que os dió mejor vida.

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